Ni sangre, ni esfuerzo, ni lágrimas, ni sudor

Imaginemos que la amenaza nazi a la que se enfrentó el pueblo británico, es el abismo económico y social al que se expone la Argentina.

10/29/20233 min read

Disponible haciendo click en

Mayo de 1940. Alemania se había apoderado de Noruega y Francia pendía de un hilo. Hitler lanzó su ofensiva de blitzkrieg en Europa occidental el mismo día en que Winston Churchill fuera designado primer ministro. En cuestión de días, los alemanes avanzarían rápidamente alrededor de las líneas francesas a través de los Países Bajos. La situación se tornaba crítica para el Imperio británico y el reciente gobierno de coalición, formado tras la renuncia de Chamberlain; alcanzando la desesperación el 25 de mayo con Boulogne rendida, Calais bajo el ataque de la 10ª División Panzer y la Luftwaffe, la Fuerza Expedicionaria Británica y sus aliados en retirada y Dunkerque, único puerto de evacuación disponible para evitar el desastre, bajo amenaza —los british estaban un poquito down on their luck—.

En medio de semejante panorama, sucedió lo que se conocería como «La crisis del gabinete de guerra británico». En resumen: una profunda división en el seno del gabinete sobre la cuestión de si el Reino Unido debía llegar a un acuerdo con la Alemania nazi o si debía continuar con las hostilidades; enfrentando al secretario de relaciones exteriores, vizconde Halifax, que encabezaba la postura acuerdista, con el primer ministro Churchill, defensor de la belicista. Las esperanzas de Halifax se fundaban en que Mussolini, aliado de Hitler, pero todavía neutral, negociara el acuerdo; mientras que Churchill instaba a la lucha sin negociar. La disputa escaló hasta el punto de amenazar la continuidad del gobierno de Churchill, quien no contaba con el liderazgo del Partido Conservador. Finalmente, el apoyo del ex primer ministro Chamberlain, terminó por inclinar la balanza a favor del bulldog británico; que lideraría la lucha del pueblo del Reino Unido contra la amenaza nazi a través de duros años de, en sus palabras: «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor».

Ahora viene la parte didáctica. Imaginemos que la amenaza nazi a la que se enfrentaba el pueblo británico, es el abismo económico y social al que se expone la Argentina; e imaginemos, también, que la opción elegida por el pueblo argentino, en su lugar, es la que han dado las urnas el pasado 22 de octubre. Pues bien, los argentinos le hubiésemos dicho al bueno de Sir. Winston que la sangre, el esfuerzo, las lágrimas y el sudor, las iba a poner Magoya. Y que nuestras opciones hubiesen sido las de no cambiar absolutamente nada y esperar, contemplativos, la llegada de los alemanes a nuestras costas, o la de confiar en la resurrección del Rey Arturo, para que, Excalibur en mano, nos lleve a la victoria.

Los argentinos nos enfrentamos a nuestra propia catástrofe que, a diferencia de la relatada, nosotros mismos hemos fabricado. Y, como especialistas en la anormalidad que somos, la voluntad popular ha dejado claro que dos tercios de la población no está dispuesta a transitar, ni el necesario sacrificio de la racionalidad fiscal, ni el de la mesura política. Por el contrario, prefiere solucionar sus problemas con dos alternativas disparatadas: persistir en su síndrome de Estocolmo —que a esta altura ya es un síndrome de toda Suecia— con el peronismo, o arrojarse a los brazos de un candidato, a todas luces, extravagante y desequilibrado. Y, de esos lodos, debe ir a chapotear al barro de la segunda vuelta para elegir una de estas opciones o la de declararse no conforme con ninguna, votando en blanco, a sabiendas de que, probablemente, será funcional al oficialismo. Días difíciles para ser lúcido y argentino.

Artículo publicado en Periódico Nuevo Ático el 30 de octubre de 2023. Disponible aquí. Ilustraciones: Wikipedia.