Vale la pena estar vivo
Héctor Alterio. Los grandes artistas no se definen por sus adversidades, sino por lo que son capaces de crear a partir, y a pesar, de ellas.
Javier Calles-Hourclé
6/18/2025


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Héctor y Tita —Ángela Bacaicoa, su esposa— son dos personas deliciosas. Me abren las puertas de casa y me reciben con sencillez y afecto. Nos sentamos entorno a la mesa como lo que somos: tres argentinos lejos de casa —o no tanto— que comparten códigos, espacios y territorios comunes; y hacemos lo que se nos da bien: conversar. Lo hacemos como si nunca nos hubiésemos ido o como si esa conversación nos acercase un poco más a las orillas celestes que añoramos en silencio.
Una carta inoportuna, un mensaje inexplicable y una amenaza ruin. Incredulidad, temor, bronca, tal vez, atravesaron a la pareja. La violencia —la estúpida violencia— la cerril intolerancia y la cobarde bravura del anonimato, alejaron al hombre y a su familia del hogar, y apartaron al actor de su público. Pero los grandes artistas no se definen por sus adversidades, sino por lo que son capaces de crear a partir, y a pesar, de ellas. Por cómo se sobreponen, se transforman, se reconstruyen y avanzan, como Romero solo. Así, en una adaptación libre de Mateo 19:6: lo que el hombre ha separado, que lo una el arte; el talento, la pantalla y el telón, nos devolvieron al actor.
Con la fuerza de las emociones y la serenidad del oficio conocido, Héctor Alterio vuelve al escenario con Una pequeña historia. Un espectáculo hecho de la conmovedora dramaturgia de Ángela, la magia musical de Juan Esteban Cuacci y la hipnótica interpretación de Héctor; que, como un arcón de los recuerdos, un álbum de fotos de los abuelos o una cajita musical, se abre para atravesarnos con emociones y la poesía melancólica de Cátulo Castillo o León Felipe, en un viaje de ida y vuelta. De Buenos Aires a Madrid y de Madrid a Buenos Aires.
La carrera de Héctor Alterio, con ciento cincuenta películas, diez series de televisión y cincuenta obras de teatro, es la definición de trabajo tenaz y disciplinado. O, tal vez, la mística de quien lleva por nombre a un “otro yo”, un alter io. Sea lo que sea, con setenta y siete años de profesión en la grupa de su cabalgadura, se empeña en hacernos disfrutar con un respeto supremo por el tiempo de sus espectadores y con el profundo sentido de la responsabilidad de entretenernos, siempre, como si fuera la primera vez. También con la picardía del niño que juega a vivir mil vidas y que, con timidez, se deja ver tras una sonrisa traviesa.
La sonrisa de niño se ilumina y se transforma en orgullo de padre al hablar de sus hijos, Ernesto y Malena; ramas verdes que engrandecen el jardín de los Alterio. Ambos, actores consagrados en las pantallas y los escenarios españoles, han compartido rodaje o escenario con Héctor, multiplicando la felicidad y las vidas de su padre; que se conmueve con sus interpretaciones porque «contienen mucha verdad» y que disfruta «sin analizar en profundidad», sino como un espectador que recibe el impacto que ambos producen en la pantalla.
Héctor Alterio es más que un actor de películas de culto como La Patagonia rebelde, La historia oficial o El hijo de la novia. Es parte de nuestro acervo cultural, es uno de los tantos ejemplos que nos recuerdan la importancia de la tolerancia democrática y un hombre convertido en frase, que pertenecerá para siempre al imaginario colectivo argentino, tallada por su inmortal «la puta que vale la pena estar vivo» de Caballos salvajes. Y vaya si se aplicó su propia frase. A sus venerables noventa y cinco años todavía le exprime el jugo a la vida. Sus ojos reverberan, como el azul del profundo océano que lo separa de su tierra, al recitar los versos de León Felipe; compañero de exilio y puente de palabras que recorre, manso, a la grupa del caballero que, aún cansado de batallar, todavía tiene fuerzas para subir a su montura y andar por las vastas llanuras de una pequeña historia.
Artículo publicado en periódico Nuevo Ático y diario Tribuna Valladolid. Ilustraciones: Javier Calles-Hourclé, Freepik (rawpixel), Afundación.
Agradecimiento a Juan Esteban Cuacci.

