¿Dónde está Rodrigo?
Rodrigo ha desaparecido. Su búsqueda alterará el orden de toda Europa.
Javier Calles-Hourclé
9/25/2024
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La primera en percatarse fue Jimena, por el espacio extra en el lecho. Era todavía de noche cuando notó que su pierna no se rozaba con la de él. La movió otro poco esperando hacer contacto; pero la pierna que buscaba no estaba en el lugar de siempre. Alargó sus finos dedos y siguió tanteando en la oscuridad con la mano derecha. También faltaba el brazo izquierdo. Se volvió hacia su lado como un resorte. Presa de la angustia, recorrió, usando manos y piernas, el espacio que él ocupaba desde hace años. Se aseguró de palpar hasta el último rincón con movimientos repetitivos y desesperados que se prolongaron durante varios minutos hasta que, rendida a la evidencia, lo supo. Rodrigo no estaba.
El siguiente en descubrir el hecho fue el padre Julián. Madrugador y meticuloso, recorría la catedral como cada mañana verificando que todo estuviese perfectamente dispuesto antes de la apertura al público. Una vez satisfecho, remataba la revista con un paseo por la nave central, en dirección al crucero, disfrutando de las coloridas escenas representadas en las vidrieras que revivían con los primeros rayos de sol de la mañana. Todo estaba perfecto. Fue en ese momento, en el clímax de su minuciosidad, cuando lo vio con espanto bajo el cimborrio. La escena era perturbadora. Imposible. Sacudido por la conmoción, sufrió un vahído tan agudo que le hizo perder el equilibrio; síntoma que, a su edad, interpretó como el último suspiro antes de ir a conocer al jefe.
Tal vez por fortaleza física, tal vez por sentido de la responsabilidad, alcanzó a apoyar las ajadas manos sobre el suelo evitando el golpe contra el frío mármol de la lápida; llevándose, en su caída, el rojo cordón que la delimitaba. Permaneció unos minutos recostado sobre un lado tratando de recuperar el sentido. Se incorporó a cuatro patas y, como pudo, se recolocó los lentes con las manos todavía doloridas por el golpe para volver a leer la inscripción del sepulcro:
«EXIMINA VXOR EIVS
DIDACI COMITIS OVETENSIS FILIA
REGALI GENERE NATA».
[Jimena, su esposa, hija de Diego, conde de Oviedo, nacida de estirpe real].
La consternación que experimentaron el presidente-deán y el resto de miembros del cabildo catedralicio de Burgos fue proporcional al número de picos de tensión arterial que hubo que atender en la enfermería de la catedral. Algunos decían que era un milagro, pero todos pensaron que se trataba de exactamente lo contrario: había desaparecido la primera mitad del epitafio que rezaba:
«RODERICUS DIDACI CAMPIDOCTOR
MXCIX ANNO VALENTIAE MORTVVS
A TODOS ALCANÇA ONDRA
POR EL QUE EN BUEN ORA NASCIO».
[Rodrigo Díaz, Campeador muerto en Valencia el año 1099. A todos alcanza honra por el que en buena hora nació].
Después vino lo peor; cuando alguien sugirió comprobar la presencia de los restos óseos del héroe castellano. Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, no estaba.
El escándalo fue mayúsculo; y los intentos por contener el hecho, inútiles. En pocos días la noticia había arrasado en la prensa nacional e internacional y en las redes sociales —memes incluidos—, como gota fría en el Levante. Se especuló con saqueadores de tumbas profesionales, ataques de grupos religiosos radicalizados y un sin número de prodigios tan rocambolescos como inverosímiles. El despliegue de recursos fue inédito: se dispuso el cierre de fronteras en toda la geografía española, se elevó al grado máximo de alerta a todos los cuerpos de seguridad del país, se dio aviso a la Interpol y, hasta el Vaticano envió una comisión investigadora. Se abrieron los antiguos sepulcros del Cid y se allanaron las propiedades de anteriores poseedores de los restos del Campeador y de todo aquel con conexiones en el mercado negro. Nada salía de España ni se movía por Europa sin ser objeto de inspección; pero Rodrigo seguía sin aparecer.
Fue un guiri —estadounidense para más señas— quien se topó con el desaparecido. James, aunque incapaz de diferenciar la catedral de Valladolid del Santiago Bernabéu, fotografiaba y publicaba compulsivamente en sus redes sociales todo lo que estuviese en la lista de must see, durante sus vacaciones por España. Así, internautas más lúcidos descubrieron la inscripción desaparecida en Burgos junto a la imagen del Arcángel San Miguel venciendo a Satanás, cerca de la leyenda en la que se lee:
«Aquí yace sepultado
un Conde digno de fama,
un varón señalado,
leal, valiente, esforzado,
Don Pedro Ansúrez se llama».
Las acusaciones se cruzaron como las saetas de dos ejércitos medievales. Burgos y Valladolid se enemistaron, si cabe, todavía más. Mientras tanto, los turistas llegaban en oleada a la ciudad del Pisuerga para admirar el milagro, los souvenirs se vendían a ritmo de vértigo y los hosteleros hacían el agosto. Surgieron dos facciones religiosas irreconciliables: prodevolución y promilagro. Los primeros pugnaban por devolver los restos a su morada burgalesa y los segundos por respetar el designio del Todopoderoso, o, más bien, por los milagrosos ingresos que éste producía. El conflicto de judicializó. Los jueces designados, uno tras otro, se declararon incompetentes para resolver la causa. El tribunal de la Haya se excusó con vagos argumentos y su santidad en Roma sufrió una oportuna internación. La tensión era máxima. Hasta que meses después, inexplicablemente, la inscripción volvió a su lugar.
Se acomodó con cuidado, procurando no perturbarla. Jimena hizo como si nada cuando lo sintió llegar. Ella estiró el silencio el tiempo suficiente para dejar patente su malestar. Finalmente dijo:
—¿Se puede saber que estuvo faziendo su merced en este largo tiempo?
El Cid, valeroso entre los valerosos, carraspeó y se tomó unos segundos para contestar.
—Departiendo con Ansúrez. Poniéndonos al corriente… él también había oído fabladurías de nuestra enemistad supuesta.
—¿Y qué dice Ansúrez? ¿Cómo se encuentra en sus días? —dijo mientras se daba media vuelta.
—Está en buen estado… dentro de lo que cabe. Desmintió tal maldad; y que cualquier día nos honrará devolviendo la visita.
La besó en la mejilla, la abrazó por detrás y volvieron al descanso.
Ilustraciones: IA