Sólo el escándalo
Martín Insaurralde, Mitrídates VI, rey del Ponto, y los argentinos.
Javier Calles-Hourclé
10/16/20233 min read
Sólo la dosis de escándalo lo suficientemente elevada apenas unos días más tarde, sólo la prueba gráfica de unas vacaciones de lujo, el champán, la langosta, la mujer exuberante, los regalos suntuosos, el yate Bandido y el bandido en el yate, sólo el despilfarre obsceno, aunque infinitamente menor a las veinte millones de razones que cuajaron un divorcio amistoso, hizo burbujear de indignación nuestra sangre. Y el patrón se repite con los bolsos del célebre López, el amor de Emilio Ameri por la pechuga, la contadora —perdón, numeróloga— Pitty, y un interminable etcétera que muestra como el mitridatismo nos trajo del «roban pero hacen» del peronismo al «roban pero mucho» del kirchnerismo.
Una vez analizados los síntomas y diagnosticado el cuadro de indignación popular, viene lo mejor, el tratamiento que aplica la política. Y en esto el peronismo es mano de santo. Primero unos vendajes de excusas inverosímiles del tipo «El yate era prestado» o desentendimientos ridículos como «No estaba al tanto de los doscientos viajes al exterior de mi jefe de Gabinete» a cargo del enfermero Kicillof, alternando con suaves vahos de «Tuvo un error grave y lo pagó con su renuncia» del homeópata Massa. Si el cuadro no remite se recurre a medidas drásticas. Ya saben: a grandes males, grandes remedios. Porque, como en la mafia no se perdona a un socio escandaloso que perjudique los negocios, el peronismo en campaña no perdona a los «pianta» votos ni la torpeza de los bandidos atrapados. Así, se bajan sin contemplaciones los carteles de candidatura del caído en desgracia y se lo apalea mediáticamente —a lo Joe Pesci en Casino—. Aunque sólo para la hinchada; porque el kirchnerismo, incluso en el ocaso, exhibe sin tapujos su desprecio por la justicia y, como los cerdos de «Rebelión en la granja» de Orson Welles, se sienta a la mesa de los poderosos y se juega a los naipes nuestro futuro.
Artículo publicado en Periódico Nuevo Ático el 21 de octubre de 2023. Disponible aquí. Ilustraciones: Clarín, La Nación, Wikipedia.
Mitrídates VI, el Grande, gobernó desde el 120 a. C. hasta su muerte el Ponto; un reino a orillas del Mar Negro, nacido de la pérdida de influencia macedonia en la región tras la muerte de Alejandro. Mitrídates fue un personaje extraordinario en todos lo sentidos: poseía gran estatura y fortaleza física, dominaba las lenguas de los veintidós pueblos que conformaban su reino, fue hábil militar, autor de masacres y crueldades memorables y un verdadero dolor de muelas para al República Romana. Su final no fue menos extraordinario. Vencido y acorralado por Roma y traicionado por su hijo más querido, intentó suicidarse con un veneno que llevaba oculto en la funda de su espada; pero el brebaje no le causó efecto porque a lo largo de su vida había consumido toda clase de venenos, en dosis no letales, para desarrollar resistencia y evitar ser envenenado. Finalmente, cortó por lo sano y pidió a un oficial de su guardia que lo atravesara con la espada.
Los argentinos compartimos con el bueno de Mitrídates el fenómeno que lleva su nombre: mitridatismo. Una tolerancia a los excesos de nuestros gobernantes, desarrollada durante décadas de exposición a los despropósitos del poder, que ha elevado el umbral de escándalo que somos capaces de tolerar sin chistar, a niveles casi tan altos como la inflación bajo el control del ministro Massa. Esta teoría se verifica a diario. Hace pocas jornadas se revelaba que Martín Insaurralde, jefe de Gabinete del gobernador Axel Kicillof, saldaría por la módica suma de veinte millones de dólares el divorcio de su ex esposa. El pago de una suma inalcanzable para un funcionario con los magros ingresos declarados por el austero Insaurralde, no alcanzó para soliviantar los ánimos de los contribuyentes —he ahí el mitridatismo haciendo su trabajo—.