Sólo el horror
Sólo el tributo en sangre de una mujer, la de Cecilia Strzyzowski, sacude las lagañas y despereza los músculos entumecidos de las sombras en Chaco.
Javier Calles-Hourclé
6/23/20232 min read
Sólo la noticia de la desaparición de Cecilia Strzyzowski, con la violencia de un terremoto, fue capaz de sacudir la mugre que tapiza las paredes del poder. Sólo el horror pareciera, tímidamente, sacar a los resignados del letargo en que se sumen. Sólo la conmoción que provoca el crimen inesperado sobresalta al domesticado. Sólo el asesinato cobarde, burdo, miserable, atroz e inexplicable. Sólo el tributo en sangre de una mujer, la sangre de Cecilia, sacude las lagañas y despereza los músculos entumecidos de las sombras, que parecen volver al mundo de los vivos. Sólo el horror… y, a veces, ni así. Tan caro, tan tarde, tan vergonzoso.
Artículo publicado en Periódico Nuevo Ático el 23 de junio de 2023. Disponible aquí. Ilustraciones: Clarín, La Nación.
En la obra del multifacético José Ingenieros, «El hombre mediocre», se define a estos sujetos como sombras, como domesticables. De ellos dice: «La vida de las sombras es un proceso continuo de domesticación social. Las sombras resbalan por la pendiente. Amoldan su corazón a los prejuicios y su inteligencia a las rutinas. La domesticación les facilita la lucha por la vida. El hábito de resignarse para medrar crea resortes cada vez más sólidos, automatismos que destiñen para siempre todo rasgo individual. La mediocridad teme al digno y adora al lacayo».
Chaco integra el selecto grupo de provincias que ostentan el tridente de la precariedad: alta tasa de informalidad, elevado empleo público y alta coparticipación según IERAL y la Bolsa de Comercio de Córdoba. Un triángulo de las Bermudas, cruel e insaciable, que todo lo devora y que mastica lenta pero inexorablemente la vida y los sueños de sus habitantes. Este sistema de dependencia los fagocita, los mediocriza y los ensombrece. Los aletarga y los hace lo suficientemente dóciles como para acostumbrarse a todo: a la desnutrición, a la falta de agua, a la militancia perpetua por contraprestación de vivienda y plan, a cuadrarse frente a la bandera cubana en suelo argentino, a declararse más rojos que Marx, Engels, Lenin y Stalin, los cuatro jinetes rojos del apocalipsis, desfilando por la Plaza Roja en rojo octubre, sobre rojas cabalgaduras y rodeados de rojas banderas, a dieciséis años —con trampitas— de Jorge «inaugura canillas» Capitanich, al temor a un matón de tres al cuarto, un caudillo de pacotilla que se presenta como alma noble y caritativa, pero obsesionado con estampar el sello de su megalomanía, con su nombre, sobre las paredes de cada edificio que se levanta con dinero público y que nunca debió pasar por sus sucias manos.