Un calvo peligroso

César Pérez Gellida. Entrevista en Blacklladolid 2022.

10/2/2022

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Existe alguna diferencia notable entre los escritores hispanoamericanos y españoles de novela negra? ¿Hay alguna cosa distintiva, un sabor diferente?
—Hay algo distintivo entre cómo se percibe la ficción en la literatura latinoamericana, que son las emociones. Las emociones siempre están llevadas mucho más al extremo en la literatura latinoamericana, por la idiosincrasia. En Europa somos un poco más fríos, somos más de procedimiento; nos interesa más cómo se llega «a», que cómo el personaje ha evolucionado de esa forma «que». La literatura latinoamericana se centra principalmente en eso. En el personaje, en la evolución, en las emociones, en cómo se relaciona «con». Es cuestión de idiosincrasia.
Ya que estuvimos hablando de Arturo y Jorge; los dos tienen una carrera previa que les aporta mucho a su literatura. Uno como reportero de guerra, el otro como cronista de policiales. En tu caso, viniendo de un oficio más pacífico —aunque hay comerciales que son gente bastante peligrosa—, ¿cómo lo hacés?
—Que ellos tengan ese bagaje vital les sirve, pero no les sirve para crear una carrera, digámoslo así. Porque cuando tu creas ficción, tienes que salir de ti mismo, y es verdad que esas experiencias te dan algo, pero tienes que aprender a discernir qué es tu histórico vital, cuáles son tus fuentes de alimentación y, a la hora de interpretar un personaje, no se puede parecer continuamente a tu pasado. Porque si no, escribes una novela, escribes dos, pero ya en la tercera todo va a saber a lo mismo. Entonces, ese bagaje como punto de partida, como ignición, lo puedo entender como algo que sea hasta necesario. En mi caso he sido y soy un gran lector de novela negra. Me interesa muchísimo el funcionamiento de la mente criminal; algo que tengo la certeza que no solo me interesa a mi, sino que les interesa a muchísimos lectores. Porque el mal nos atrae más que el bien. Y eso es lo que al final hace que, juntando ingredientes y tratando de no repetirte continuamente en la fórmula, en la estructura, en como vistes la novela y como eras capaz de narrar, un escritor pueda tener una carrera.
Decías antes que viviste en la Argentina. No sé si habrás notado que a los argentinos nos encanta hablar de la Argentina.
—Lo noté en Ezeiza (ríe).
Yo no voy a ser menos, así que te quiero preguntar cómo fue esa experiencia y si conectaste con la gente y el país.
—Para mi maravillosa; dejé unos amigos increíbles, algunos han venido a mi boda que ha sido muy reciente, y las circunstancias económicas no son las más favorables para poder cruzar el Atlántico. Me gustó muchísimo de Buenos Aires lo fácil que me resultó conectar con la ciudad, porque me pareció toda de verdad. Yo venía de Madrid, soy de Valladolid, pero venía de vivir cinco años en Madrid. Con Madrid no llegué a conectar y sin embargo con Buenos Aires enseguida me creía la ciudad, me creí todo lo que pasaba. Me creí que las circunstancias por las cuales la gente actúa como tal y se comporta de esa forma, es porque son de verdad. Enganché muchísimo con eso y me costó muy poco empezar a ampliar el círculo de amistades. Al principio con la gente del club de rugby donde jugaba Hugo, después con unos periodistas que me llamaron de una radio para hacerme una entrevista, y llegué a conectar mucho con ellos, con ellos y con su entorno. Entonces, al final, tenía un grupo muy diverso; porque no tiene nada que ver los amigos que tenía en el club de rugby con la gente que tenía en provincia de Buenos Aires, pero fantástico todo. Y hecho mucho de menos el modo de vida que tenía en Buenos Aires, tan caótico, tan apisonadora, porque es una ciudad que nunca duerme, es una ciudad que tiene una conexión con lo vital tan real que es imposible no enamorarse de Buenos Aires.
¿Me dejás ponerte en un aprieto? —Carmen me hace señas para que vaya redondeando.
—Claro.
Para un buen asado a la parrilla, ¿un malbec mendocino o un ribera del Duero?
—Bueno (ríe con divertida malicia), lo que no sabes es que yo soy maestro parrillero; porque una de las primeras cosas que aprendí en Buenos Aires fue a asar. A mi me gustaba mucho hacer parrilla en España, pero no tiene nada que ver con asar y entendí esa diferencia enseguida. Yo he llegado a hacer asado en el club de Rugby, en Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, para ciento cincuenta personas. Con ayuda pero «no me toques el fuego». Yo manejando absolutamente todo. Hasta chinchulines hacía. Quiero decir que… maestro parrillero.
Dicho esto…
—Dicho esto, si me dices que tengo que elegir, te diría que: no tengo que elegir porque tengo dinero suficiente para malbec y para ribera del Duero, pero malbec es algo excelente. De Mendoza, de Salta, de toda esa zona he probado tantos vinos buenos allí en la Argentina.
La última. Estás en dos semanas de mucho estrés con estreno del nuevo libro, «Nos crecen los enanos», y empezando el rodaje de «Memento mori».
—Y Blacklladolid.
Y Blacklladolid, por supuesto.
—Y la novela que estoy escribiendo, y mi mujer, y Javier…
Que viene a molestar.
—En realidad todo es una excelente noticia, porque el hecho de tener este gran problema de agenda, de tiempo, es una excelente noticia. Pero sí, es verdad que hace muy poco tiempo yo pensé que tenía controlada mi vida y, de repente, me he dado cuenta que no. Me ha dado cuenta de que me ha superado Blacklladolid, me ha superado el rodaje… de Blacklladolid tenía controlado el formato, pero el rodaje seguro que no. Intervenir en los guiones, querer estar en el propio rodaje y que el día, maldita sea, solo tiene veinticuatro horas y en algún rato hay que dormir… yo duermo muy poco, tengo esa suerte, y le añado otro problema más, y es que si yo un día no escribo es como una jornada que he tirado a la basura, aunque escriba muy poco, pero tengo que escribir… pero saldremos de esta.
César, muchísimas gracias. Si la pasaste bien, para la próxima te propongo que la hagamos con un malbec y vemos tus dotes parrilleros.
—Me parece fantasía, si es que lo tendríamos que haber hecho así desde le principio.
Nos despedimos rápidamente mientras Carmen lo secuestra. El show debe continuar.

Artículo publicado en Periódico Nuevo Ático el 4 de octubre de 2022. Disponible aquí. Ilustraciones: César Pérez Gellida, Javier Calles-Hourclé.

Orientado por la torre del homenaje recortada sobre el cielo de Fuensaldaña, sin ignorar el trágico final de los últimos que se atrevieran a tomarlo, me aproximé al castillo medieval de los Vivero en búsqueda del mejor lugar para desmontar del Megane azul que conducía. Me apeé, miré al cielo y maldije aquel vívido celeste que arruinaba la lúgubre ambientación que hubiese deseado describir acerca de mi llegada a un castillo del siglo XV, colmado por la grey del crimen y la novela negra que, ávida de entrar en comunión con los sumos sacerdotes del género, se congregaba ante la entrada principal del lugar donde entrevistaría a uno de los autores intelectuales del sórdido acontecimiento conocido como Blacklladolid.

Una llamada telefónica, puertas que se abrieron con diligencia y la encantadora sonrisa de Carmen terminaron por desbaratar cualquier pretensión de tenebrosidad narrativa. De un momento a otro llegaría César Pérez Gellida, el escritor vallisoletano, con algunos años vividos en la Argentina, al que me proponía entrevistar. Seguí a Carmen hasta la sala de prensa, admirando el entorno decorado con recreaciones de indumentaria medieval, y dispuse mi equipo de grabación.

César es un tipo peculiar; a sus casi cincuenta, viste juvenil: camiseta negra y vaquero rasgado, con la informalidad de quien no tiene nada que demostrar. Expresión afable, cabeza lisa y brillante, perilla fina y alargada, y, aunque no destaca por su altura, tiene las dimensiones de un guardaespaldas al que preferirías no fastidiar. Me recibe con un firme apretón de manos mientras sonríe, y me alegro de que el encuentro sea gracias a un amigo en común, en lugar de a una discusión en un bar de copas a las tantas de la madrugada. Nos sentamos y comienzo a preguntar.

César, ¿cómo fue el aterrizaje o tal vez lo defina mejor el escalado hacia el mundo de la literatura para alguien totalmente ajeno a él?

—Es que yo no quería estar aquí. No fue algo vocacional o aspiracional, siquiera. Simplemente tenía una historia en la cabeza que un día me dio por escribir, y tuve la suerte de que aquel manuscrito cayó en manos de una persona que me dijo: «Si tu terminas esta novela, yo te abro las puertas del mundo editorial». Esa persona era Michael Robinson (1), y cumplió. Ese fue el comienzo. A partir de ahí dejé mi puesto como director comercial y de marketing, y decidí que este era mi oficio. El cual amo por encima de todas las cosas.

¿Qué se facilita en 2011 para dejar todo? Porque no tenías la novela publicada, ¿no?

—No, para nada. Eran seis capítulos que llegaron a manos de Michael Robinson. Pero sentía la necesidad de continuar la historia, de meterme en la piel de los personajes, de dejar un espacio en la cabeza para que entren y se pudieran desarrollar. Yo no escribo con un guion previo ni con una escaleta. Simplemente escribo una escena, esa escena me lleva a otra escena y dejo que todo fluya. Eso hace de este oficio, que es bastante complicado, algo divertido, algo distinto cada día. Algo muy diferente a la profesión que tenía, como director comercial y de marketing, que era muy…

¿Sistemático? ­­

—Si, exactamente. Estaba dentro de la cotidianeidad; y salir de esa cotidianeidad, y el hecho de poder hacer ficción e interpretar personajes, es una droga que no tiene parangón. Yo creo que eso fue el germen de todo esto. A partir de ahí todo ha sido constancia, trabajo… porque este oficio requiere muchas horas, requiere mucha concentración, requiere mucha capacidad de trabajo, requiere mucha capacidad de abstracción de uno mismo, de dejar espacio en la cabeza para que entren los personajes. Eso no es fácil. No es fácil la interpretación de los personajes, no es fácil crear ficción todos los días y enajenarte.

¿Creerse el personaje?

—Si tu estás interpretando el personaje y estás muy metido en su cabeza, realmente no tienes que hacer ese esfuerzo. Simplemente tienes que desconectar de la realidad para crear ficción.

Junto con Dolores Redondo son los creadores de Blacklladolid. Estamos en el tercer día de la segunda edición, repitiendo en el castillo de Fuensaldaña. Se define, este año, como un certamen de literatura y vino, con un reparto increíble de escritores. Y sabés que pensaba… un evento organizado por César Pérez Gellida, un castillo medieval, muchos escritores, vino para atraerlos…

—Alguien va a morir (ríe).

¿Te querés sacar de encima a la competencia?

—Es verdad que este certamen nace en su idea primigenia, por eso se llama Blacklladolid, con el propósito de hacer un festival de novela negra, pero Dolores y yo lo fuimos torturando, aprovechando una oportunidad que hay en nuestro país, que es que no hay un certamen literario que acoja la globalidad de la literatura. Hay muchísimos festivales de novela negra, unos mejores, otros peores, por donde Dolores y yo hemos pasado; y lo que queríamos hacer es algo distinto. Este año hemos aportado algo que nos está funcionando muy bien, que es la puesta en escena. En el mundo de la literatura no hay puesta en escena, no hay escenografía, no hay un foco de atención, no hay alfombra. Nosotros queríamos que hubiera alfombra, queríamos un foco de atención en esa persona que traemos, que le estamos robando su tiempo para desnudarse delante del público y tener una charla, y queríamos ese glamour. En este año, ese ha sido el propósito frente a la primera edición; que teníamos un gran cartel, que teníamos una buena maquinaria y un buen inicio. Pero este año hemos subido esos dos peldañitos y el año que viene habrá que subir otros dos.

Si tiene que morir alguien, te pediría que a Jorge Fernández Díaz traten de dejárnoslo vivo. Ya nos hemos encariñado con Jorge en la Argentina.

—No tendría merito porque es muy mayor (ríe con risa grave, de villano Bond).

­Por Arturo Pérez Reverte no temo, porque seguro que anda armado con alguna espada.

—Seguro. Yo mataría a un periodista. Un periodista argentino, por ejemplo.

Frente a cámara que paga un montón y sube el rating. Reímos, pero cambio de tema. No sea cosa que de tanto planear muertes le acabe tomando el gustito—. Aunque creo que no haga falta una excusa para unir la literatura y el vino, ¿cómo se les ocurrió hacer esta mixtura?

—Siempre en Blaklladolid el motor es la literatura, es el propósito. Y entendemos que hay, dentro del mundo de la cultura o dentro de lo que llega a los lectores que son afines, otros submundos que tienen su profundidad y encajan muy bien con la literatura. El mundo del vino está muy unido al de la literatura, al ocio, a la cultura en general. Y nos gusta, además, ofrecer a nuestros lectores que vienen a ver a escritores de la talla de Jorge Fernández Díaz, de Arturo Pérez Reverte, de Julia Navarro, de Dolores Redondo, la posibilidad de ampliar, como nos sucede a nosotros, sus conocimientos en otras facetas como es el mundo del vino. Uno cree que sabe de vino, hasta que escuchas a esta gente que está aquí, y entonces te das cuenta que no tienes ni idea de lo que es el vino. A mi me parece que, como valor añadido, como punto de crecimiento a lo que estamos ofreciendo más allá de la literatura, es fantástico.

Además, esta es tierra de vinos.

—No. Esta es la tierra «del vino» (ríe). Yo soy muy talibán de esta tierra, soy muy talibán de estos vinos. Me abro a la cultura en general del vino, pero en Valladolid, en Castilla, por las peculiaridades que tiene esta tierra, si no defendemos nosotros lo nuestro no lo va a defender nadie. Entonces, yo que soy muy vallisoletano, muy castellano, soy adalid de apostar por lo propio. Es mi obligación.

Voy a traer un poco de agua para mi molino. Mañana se presenta Jorge Fernández Díaz, periodista y escritor argentino, autor de la saga de Remil, entre otras obras; acompañado por Pérez Reverte. Si no me equivoco, es el primer escritor, no sólo argentino, sino hispanoamericano que se presenta en el certamen. ¿Cómo surgió la idea de traer a Jorge?

—La idea fue una propuesta de Arturo, cuando contactamos con él. Arturo es un escritor que se prodiga muy poco en actos públicos y le gusta sentirse cómodo. Le dijimos «proponnos», y nos propuso: «me gustaría traer a un amigo que hace tiempo que no veo, que es Jorge Fernández Díaz, y mantener una charla con él». Enseguida nos movimos, contactamos con él, y Jorge encantado de la vida. A Jorge lo conocí personalmente en Buenos Aires. Yo he vivido casi tres años en Buenos Aires. Cuando Dolores gana el premio Planeta y hace la gira por Latinoamérica, pasa por Buenos Aires; y en esa cena está Jorge Fernández Díaz. En esa cena lo conozco personalmente, ya lo conocía como autor, y es un encantador de serpientes. Es una persona que como comunicador tiene unas dotes que están fuera de lo normal. Es alguien al que te gustaría estar escuchando perpetuamente sin verbalizar nada. Como escritor a mi me encanta, como comunicador también y como pareja de Arturo Pérez Reverte, no me imagino a nada mejor. La sesión de mañana la veo como dos amigos en una taberna.

Dos viejos amigos.

—Exactamente. Charlando de cosas que les interesa y les mueven el corazón. No creo que haya una fórmula mejor para brindar a los lectores que estar presentes en esa charla. De verdad, no lo creo. Yo soy un admirador de Arturo desde hace muchísimo tiempo. Fue el que me hizo sentir que la lectura podría ser algo adictivo; y a mi, como organizador o germen de esta idea, tener a Arturo hablando con Jorge, es como al que le gusta mucho la música, ir a un concierto de los Rolling. Para mi es esto los Rolling.

Son estrellas de rock de la literatura.

—Inmortales. Son inmortales de la literatura. Y, como te digo, asistir a este espectáculo en primera persona y que tu hayas sido artífice de ello es como… bueno, ¿qué más necesito?