El filósofo
Miguel Wiñazki. Entrevista en Madrid. Periodismo, política y filosofía.
Javier Calles-Hourclé
2/17/2023
—Estos días que estás pasando en España, inevitablemente estarás comparando España con la Argentina, y habrás encontrado similitudes y diferencias.
—Yo estudié en España, en Salamanca. Poco tiempo, pero en uno de esos posgrados que estás doce horas en el aula y en términos de horario —bueno, vos conocés la cosa académica— era relevante. Además, vine varias veces y me atrae enormemente por múltiples razones. Aún cuando la conozco, conozco España finalmente a lo lejos. En cuanto a la diferencia mayor, lo que creo es que hay un pacto de convivencia en general, más allá de la política. La política es la política en todas partes y tengo una idea de los conflictos que hay aquí, las alianzas complejas, lo que fuera; pero socialmente hay un pacto de cierta convivencia. Hay una convivencia bastante notable para un argentino, que en la Argentina está roto. En la Argentina no sabés si el que está caminando rompió el pacto de convivencia y entra con un arma y te liquida. Es probable. Ocurre, además. Entonces, ese pacto de convivencia en buena medida facilita la vida cotidiana y es una diferencia fundamental. Hay una sociedad extrapolítica, en un sentido. Me refiero a la política profesional. Luego está la polis, la ciudad, que me parece que funciona por algo que se dio aquí después de experiencias tremendas.
—Tal vez herencia de la Transición.
—La Transición es un punto central, claro. En la Argentina se habla mucho de la Transición española; pero no es posible esa convivencia entre «derechas» e «izquierdas», que finalmente se dio aquí, quedando los extremos afuera nada más, pero todos dentro de un mismo pacto. Y situaciones fundacionales: tal vez el «Tejerazo» fue también otro momento en donde aquí se decidió por una democracia. En cambio, allí la ley está puesta en entredicho, está entre paréntesis. Yo tengo mi automóvil con todos los papeles en regla y tengo conocidos que no. «Yo no pago la patente, el seguro, no tengo nada». «¿Y cómo hacés?». «Paso, le digo al policía que…». Y como funciona, claro, ahí se desorganiza todo. Es más —no lo digo por mí, lo digo por tantísima gente—, es un poco complicado ser honesto; porque, para darte un ejemplo, la carga tributaria es tan enorme, que si vos tenés todo «en blanco» —yo lo tengo, por supuesto, si no, no podría…— se te va el fruto de tu trabajo. Sumale la inflación. Es el otro gran tema de la Argentina. Una inflación que se extiende en el tiempo, como la de la República Argentina, que ya llegó a las tres cifras reales, ¡cien por ciento!
—Lo veíamos lejos eso, en Venezuela, y al final llegó.
—Bueno, otra experiencia de España: entrar a cualquier supermercado en España es notar la «venezolanización» argentina. ¡Si no hay nada en la Argentina! Y allí no se termina de ver. Por eso a veces es tan enriquecedor viajar. Hay carencias de todo. No solamente en ese plano. En el plano de las medicinas, como se ha vuelto muy difícil importar, hay medicina con insumos extranjeros que no están llegando. Entonces hay un deterioro muy grande. Lamentablemente, ¿no?
—Te quiero llevar a otra punta del planeta, a un país que conocés bien de nuestra región, que es Bolivia. Un país que la Argentina en algún momento lo ha mirado un poco por encima del hombro, y del que podemos aprender cosas.
—En Bolivia trabajé más de diez años y continúo trabajando, aunque con la pandemia se detuvo un poco. Bolivia es un país muy, muy conflictivo. Está idealizado desde la Argentina porque gobierna el socialismo. He trabajado como trainer expert de una organización que actúa en países emergentes con conflictos abiertos. Entonces, me reúno con alumnos y vemos los conflictos en las calles —estoy esquematizando la tarea—, y los hay. Los hay y son muy violentos. Hay unas internas feroces, pero la base —y esto es bien complejo—, o en buena medida, la base de la economía boliviana tiene que ver con el narcotráfico y eso es un problema gravísimo. Hay una buena parte de la sociedad en la que sus rentas provienen de participar en alguno de los procesos de refinamiento —supongo que se dirá así— de la cocaína. Y además los líderes, los jefes políticos —no todos, por supuesto—, pero tal vez los que tienen mayor relevancia, están vinculados a grandes carteles de la droga; y eso permea, además, la frontera argentina. Bolivia tiene, en cuanto a valores, que son muy estudiosos y muy voluntariosos. Tal vez por la escasez, porque es un país que es pobre en general y con dificultades terribles. En muchos sentidos es la Argentina, pero negativamente potenciada; con problemas de salud pública terribles, de transporte, la plurinacionalidad que existe en Bolivia, hay múltiples lenguas, que es una riqueza, un híbrido interesante, y es también fuente de disturbios permanentes. Es fascinante, es peligroso, es hermoso... la ciudad de La Paz es una maravilla, o cualquiera de ellas y, reitero, es peligroso también. Para hacer periodismo es muy interesante.
—Para ir terminando, primero quiero traerte a un tema académico. Hace unos días miraba las estadísticas oficiales, hasta el 2017, de estudiantes por carrera. Y, viniendo de las ciencias duras, me sorprendió que carreras técnicas como farmacia o ingeniería electromecánica tengan casi la misma cantidad de estudiantes que filosofía. ¿Por qué tiene tanto éxito la filosofía o por qué es necesario un filósofo?
—Bueno, lo podría decir desde distintos ángulos, pero hay una frase de Kant… la voy a parafrasear para no decirlo técnicamente: la información sin el concepto es ciega, pero el concepto sin información está vacío. Si en un partido de tenis te paso todas las estadísticas, es ciego, ¿no?, me aburro. Lo conceptual, la manera de evaluar como tira el drive, etc., enriquece la información. La filosofía articula información, cosas con conceptos y, sobre todo, es importante porque formula preguntas. Lo que hace es declinar el fanatismo cuando se procede de buena fe con los argumentos que te da la historia de la filosofía. Ahora, por otra parte, la Argentina —y este es uno de sus valores— tiene una tradición en ciencia. Tiene tres Premios Nobel en ciencia. En Latinoamérica es excepcional. No son muchos comparado con los que tienen las grandes potencias, pero hay una tradición. Con todos sus defectos, el CONICET tiene gente valiosísima. Está intervenido ideológicamente en parte, lo mismo ocurre en ciertas universidades, pero hay gente valiosísima. Yo he dado mucho tiempo filosofía de la ciencia, porque me interesa el tema científico, y eso es una potencialidad que tiene la Argentina en términos de recursos humanos. Solamente que se vuelve todo muy difícil por la circunstancia general. Pero, quiero decir, habría un futuro (ríe con risa corta, entre melancólica y esperanzadora), habría alguna puerta.
—La última. Hace algunos meses perdimos a Magda (1); entonces, me gustaría, si tenés ganas, cerrar con alguna anécdota o recuerdo de todos esos años que han compartido y trabajado juntos.
—Te agradezco mucho esa pregunta. Yo tenía y tengo un afecto entrañable por Magda. La conocí mucho antes de estar en radio con ella; te cuento una anécdota de hace mucho tiempo para que veas. A mí, en aquellos tiempos, en los noventa, me habían hecho un juicio; pero no sólo un juicio, una persecución. Había ganado una cátedra en la Universidad Nacional de San Luis, que es autónoma del gobierno. No les gustó a los Rodríguez Saá, caudillos ellos. Escribí una nota y tuve problemas. Tuve que renunciar a la universidad. Era importante para mí la cátedra… me interesa la vida académica. Eso trascendió, después me hicieron un juicio por desacato, una figura medieval, bah; pero a Magda le interesó. Me llama a las seis de la mañana su productora histórica, Marta Lamas; que sigue por ahí trabajando y siempre muy bien. Hablo con Magda y me saca al aire, ¡aquella Magdalena de los noventa! Pero lo sorprendente fue que corto y vuelve a sonar mi teléfono, fijo en ese momento, y dice: «Escuchame». Pichi, me decía. «Pichi, soy Magda. Vení a mi casa y contame todo». Ella era la gran figura de la radiofonía argentina y de los medios; no sabía si tutearla o no. Fui. «Contame todo». «Mirá, gané una cátedra, hice una nota y me tiraban piedras en la calle…». Le conté la historia y decidió defenderme cada vez que pudo, gratuitamente. Yo, obviamente, no me olvidé de ella. Siempre se lo dije. Después tuvimos la fortuna, con Nico, de trabajar con ella en «Magdalena y la noticia deseada». La verdad que es una persona entrañable; por su valentía durante el tiempo de la Dictadura —es difícil de describir todo lo que hizo—, por su capacidad para estar en el aire... La última vez que estuvo en el aire, que fue quince días antes de morir, quizás veinte, la veo un poco, quizás mareada. Le digo: «Magdalena te llevo los diarios al estudio». Ella leía el diario en papel. «No, Pichi. Los diarios los llevo yo». Va al aire, dos horas de aire. Fue impecable, se encendió. Salimos y por primera vez en muchos años —porque compartí la Academia de Periodismo con ella— se sentó en una escalera. En el aire soportó con un profesionalismo inolvidable. Es difícil el aire: los operadores, tenés que estar por WhatsApp al mismo tiempo, con tres o cuatro monitores… ahí estuvo. Salió y se sentó en la escalera. «No, no. Ya está, Pichi. Está todo bien. Vayan, vayan». Estaba mal, pero no en el aire. No la vimos nunca más.
La anécdota que quería contarte es que yo disfrutaba muchísimo la previa al programa. Le decía: «Magdalena, ¿cómo es Fidel Castro?». «Ah, lo entrevisté varias veces». «Salvador Allende». «Si, también lo entrevisté». «¿Cómo es el papa Pío XII?». «Ah, es que cuando era chica yo vivía en el Vaticano». «¿Cuándo cruzaste a Alemania Oriental?». «Crucé en tal año…». Recorrió el mundo, le hizo notas a todo el mundo, tenía ese saber, además era políglota… y una gran persona. Sabíamos por la edad que tenía y la crueldad de la vida que esto iba a suceder alguna vez; pero con la sensación de que tuvo una vida muy plena y hemos aprendido todos muchísimo de ella.
—Han disfrutado de un pedazo de historia viva.
—Un pedazo de historia viva realmente. Además, tenía esta costumbre: uno a la radio llega media hora, cuarenta minutos antes. Ella llevaba unos sándwiches de miga. Pero además peleaba con el panadero porque no le gustaba que le pusieran la mayonesa de tal o cual forma. ¡Y tenías que comerlos!
—Obligado.
—Sí, claro (sonríe). Tenía esos gestos. Llamaba a los productores. «Chicos, están los sándwiches». Una compañera formidable. Con un respeto para gente que recién empezaba, sin mostrar nunca una cosa imperativa. Fue la mejor compañera que tuve en toda mi carrera periodística. Pero no lo digo por su grandeza, lo digo por su compañía o su cercanía. Una maravilla. Bueno, parte de la historia y fuimos afortunados con eso.
—Miguel, te agradezco muchísimo este rato, este café y esta charla. Espero que la hayas pasado bien.
—La pasé muy bien. Te gradezco muchísimo y ahí estamos. Hablaremos.
Nos despedimos con un apretón de manos, nuestro «Unamuno» radiofónico retorna a su descanso, y salgo del café con la gratificación de haber disfrutado de una charla inolvidable.
Artículo publicado en Periódico Nuevo Ático el 17 de febrero de 2023. Disponible aquí. Ilustraciones: ©Alejandra López, Javier Calles-Hourclé.
Es otro jueves en Valladolid. Como casi todas las mañanas, escucho «Pensándolo bien» por streaming mientras desayuno y me preparo para trabajar. Lo hago con cierta culpa, por llevar una semana de retraso a causa de un viaje laboral a Gales; pero resisto la tentación de saltar al último programa. La cálida voz de Gonzalo Sánchez anuncia una comunicación con Miguel Wiñazki. «Desde Madrid», dice. Y dejo de sorber la infusión que sostengo en mi mano, mientras repito esa última palabra.
Inesperadamente la ley de «seis grados de separación» de Frigyes Karinthy se cumple, y en un día, con tan sólo dos intermediarios, logro contactarlo. El sábado, en tren de alta velocidad, recorro en una hora los casi doscientos kilómetros que separan las dos viejas capitales del imperio español para encontrarnos en la frontera de los barrios Ríos Rosas y Cuatro Caminos, en el acogedor Rebel Café; casualmente propiedad de otro argentino.
Miguel es un hombre afable, de cálida sencillez y exquisita amabilidad que, pese a haber sido interrumpido en su descanso para hacer una entrevista con un ignoto columnista, no ceja en su gratitud y se interesa genuinamente por saber de mí y de mi esposa, que me acompaña esa mañana. Miro de reojo mis preguntas en el cuaderno y comienzo la entrevista.
—Miguel, ¿qué fue primero, el filósofo o el periodista?
—Periodismo, por una razón muy aleatoria. Mi padre tenía un comercio, vendía muebles, y había un señor que transmitía el partido secundario y avisaba al relator principal: «Gol de Racing», imagínate; pero no veía. Sin monitor es difícil ver el gol. Tenía quince años yo. Se da vuelta y, en porteño, me dice: «Pibe, ¿vos ves bien?». «Si». «¿Sabés de fútbol?». «Si». Habla con mi padre y le dice: «Le voy a pagar si me acompaña y me dice quién hizo el gol». Y me acuerdo del primer gol: de Temperley contra Racing. Se llamaba González de Dios. «Gol de Temperley», le avisa al relator principal. «Pibe, ¿quién hizo el gol?». Yo dije: «Biondi, de cabeza». No me acuerdo de quién fue el centro, pero sí me acuerdo que fue Biondi de cabeza. Y a partir de ahí me contrató. Entonces comencé a cobrar unos pesos, muy pocos, con eso. Luego, a los dieciocho años, comencé a estudiar filosofía.
—Has articulado y, al final, construido una carrera de esas dos profesiones.
—Creo que en el periodismo los híbridos funcionan muy bien cuando hay dos carreras. Estoy convencido de eso. Yo dirijo el cargo formal de presidente del Consejo Asesor de la Maestría (en Periodismo) de Clarín en la Universidad de San Andrés, junto a la Universidad de Columbia en Nueva York. Y si sos abogado o economista, o estudiaste farmacia; es decir, sabés ciencias, y lo adjuntás al periodismo, lo hibridás, hay mejores rendimientos. Lo tengo bastante comprobado. No sé si funcionó en mi caso (ríe), pero en la mayoría funciona.
—En tu casa son familia de periodistas.
—Mi prole, digamos, son periodistas o vinculados a la comunicación.
—Me imagino que en el día a día de casa hay mucha actualidad, mucho trabajo.
—Mucha actualidad, sobre todo con mi hijo mayor, con Nicolás, que estamos permanentemente en contacto. Son muy lindas las conversaciones. A la vez tengo otro yerno que también es periodista. ¿Por qué digo que es lindo? No porque las temáticas sean lindas, sino porque compartimos unas informaciones, digamos… yo no sé si llamarlo saberes. Muchas veces vos manejás información que no es fácil publicar, aunque vos lo sepas; por cuestiones jurídicas, porque falta un documento…
—No podés contrastarlo.
—Claro. Pero vos sabés que ocurrieron determinadas cosas y ahí vas articulando una idea general de quiénes, qué, cuándo, cómo y por qué suceden determinadas cosas.
—¿Logran despegar en algún momento?
—Me concibo, un poco de manera arrogante, el menos enajenado. Desconecto bastante, quizás sea por la filosofía, pero nunca del todo. Mi hijo Nicolás, que está muy en la trinchera del periodismo de investigación, está más ocupado en hablar todo el tiempo con una fuente o con la otra. Pero el periodismo es muy enriquecedor por múltiples razones. La información no sólo es poder, también es saber, vos sabés. Yo soy grande, pero cuando vos me nombrás un político, en general lo conozco, y tengo una idea diferente. Entonces hay un saber ahí y es difícil que uno resulte engañado. Puede ser, por supuesto. Pero uno conoce, conoce las tramas. Después tiene otras maravillas: los viajes que uno no haría y la emoción. Yo soy un apasionado del periodismo.
—Conocer gente interesante.
—Conocés gente muy interesante o el poder de cerca si te dedicás a eso. Conocés gente inteligentísima o, al menos, muy astuta o, a veces, muy mala. Tenés cerca a la condición humana. Para alguien que estudió filosofía, bajás a la tierra los conceptos y eso se enriquece mutuamente.
—La profesión de periodista tiene un grado de exposición muy alto. Para periodistas relevantes, como lo son vos o tu hijo, tan expuestos a la pantalla de esta Argentina que últimamente está irreconciliable, supongo que les habrá traído algunos disgustos. ¿Cómo se gestiona?
—No tengo agresiones, en general. Alguna cosa en las redes, que es inevitable. Pero mi hijo Nicolás si tuvo problemas importantes. Se generó un clima de propagación de un menosprecio, de agravio hacia los periodistas en general, sin conocerlos. Y él tuvo un par de agresiones físicas en la calle, algunas de ellas filmadas, otras no, que fueron las más graves. Eso me preocupó enormemente. Porque puede pasar cualquier cosa, ¿no? A la vez uno sigue adelante, por supuesto, pero eso ocurre. Ocurre el insulto callejero, a veces la agresión física, como te digo, y que no sabés quién es el agresor. Hay mucha gente trastornada. En mi experiencia personal yo no recibo eso, pero tengo un grado de exposición diferente.
—También ataques desde el poder.
—Desde el poder sí, históricamente. Para mi lo más grave fue en la época de Menem, tuve muchos juicios. Menem no confrontaba con los dueños de los medios, como el kirchnerismo, pero sí con los periodistas. En esa época, tuve nueve juicios del menemismo y del paramenemismo, civiles y penales. Eso me complicó enormemente la vida. Era complicado salir del país, porque como tenías un juicio penal, renovar el pasaporte era una pesadilla, tenías que ir a la comisaría, etc. Aunque esos años, periodísticamente, fueron buenos para mí. Investigué mucho, pero por eso mismo… Y no en mi caso personal, solamente; creo que por lo menos cien periodistas fueron sistemáticamente enjuiciados. Después, durante el kirchnerismo, hubo esta propagación de «la mentira», de que los periodistas mienten, etc.; que fue realmente muy injusto y creo que le salió mal al gobierno. En parte fue eficiente para desprestigiar la marca de los medios, pero generó una mística en muchos periodistas que estaban en otra cosa, los hizo enojar. Lanata se enojó. Hicieron mal, se enojó y les descubrió «La ruta del dinero». Se equivocaron.
—Y perdieron una elección.
—Claro, perdieron la elección. Y así con varios más. Produjeron una mística que fue un boomerang. Porque el periodismo es una política de nombre propio hoy en día. Vos ponés tu nombre y tu cara. Y existís precisamente por ese grado de exposición, con sus peligros; pero también con la posibilidad de propagar un mensaje o, sobretodo, una información. Y si estás azuzado, digamos, por una agresión injusta, te proponés seguirla.
—Ya es un poco personal, ¿no?
—Es algo personal. Finalmente lograron que sea algo personal. Nosotros, con Nico, escribimos el libro «La dueña». Una biografía crítica, muy crítica, pero porque la investigamos sin prejuicio a priori, sobre Cristina Fernández. Que no sé si hubiéramos hecho en otra circunstancia; pero puesto que decían cualquier cosa, ¿no?, vamos a hacer un libro.
—Justo sobre ese libro quería preguntar, porque tal vez sea uno de los que haya tenido más repercusión. ¿Cómo fue la cocina de ese trabajo que hicieron juntos, con tu hijo Nicolás?
—Advertí que no había una buena biografía de Cristina Fernández que, en aquel momento, estaba en su mayor gloria. No había ninguna biografía seria, sino apologías pagas. Entonces, me dedico a investigarlo. Hablo con Nico, mi hijo, y digo vamos. Cada uno tiene un estilo diferente: yo más reflexivo y él con la información dura. Vendió más de noventa mil ejemplares, pero además de eso la multiplicación que tuvo. Y no fue refutada una sola línea, que es lo fundamental. Si hubiera vendido trescientos mil ejemplares, pero algo hubiera sido falso… pero, ni una línea. Y es fuerte. Trabajar con él, bueno… juntos somos un poco caóticos, porque el escribe con los Rolling Stones a todo volumen, yo no, en fin, ese tipo de cosas. Pero lo hicimos y quedó.
—Una experiencia linda, ¿no?
—Fue hermosa, sí. Al fin y al cabo, fue hermosa.