El joyero de Valladolid

Jesús del Río. Director del museo de San Joaquín y Santa Ana.

8/31/2023

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Viajamos en el tiempo, hacia el siglo XVII, cuando el movimiento reformador iniciado en la segunda mitad del siglo anterior, caracterizado por la austeridad y el rigor en la observancia de la regla benedictina, alcanzaría a las monjas del Císter. En consecuencia, se funda en Valladolid el Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana en 1696; en sintonía con el gran auge de la ciudad, y al que trasladarían el Monasterio de Religiosas recoletas de San Bernardo, fundado en 1161 en Perales, Palencia.

La principal joya que exhibe el museo es el propio monasterio de estilo neoclásico diseñado por el arquitecto real de Carlos III, Francesco Sabatini, durante la reconstrucción realizada a finales del siglo XVIII. Entre las obras del arquitecto destacan la Puerta de Alcalá, la Real Casa de la Aduana y el hoy Centro de Arte Reina Sofía; sin embargo, es el monasterio de San Joaquín y Santa Ana su obra arquitectónica más equilibrada, creativa y minuciosa —mejor suerte en la próxima, Madrid—. Sabatini no escatima talento y, entre otras genialidades, se adueña de Febo y juega con su luz: utiliza estudios del recorrido del sol de Leonardo da Vinci para iluminar las pinturas de la nave central de la iglesia, y desafía al concilio de Trento omitiendo la imagen de Cristo, pero que sustituye por un ingenioso sistema precursor de la diapositiva moderna, hecho en cristal de roca tallado, que colocado en una custodia encargada a un platero local, proyecta una imagen de Cristo crucificado de 1,8 por 0,8 metros cuando refracta los rayos de sol que entran por la linterna.

El interior del museo rezuma arte en todas sus expresiones. Si el visitante gusta de la pintura, la iglesia expone las tres únicas obras de Goya de Castilla y León; entre las cuales destaca «El tránsito de San José» por la carga emotiva y personal que el artista vuelca en el lienzo tras la pérdida de su padre. Si lo suyo son las tallas, la precisión anatómica y la sensibilidad que transmite el Cristo Yacente de Gregorio Fernández (s. XVII), paso procesional de la Cofradía del Santo Entierro, no lo dejará indiferente. Y esto sólo por nombrar algunas obras. Pero no crea, amigo lector, que el museo de San Joaquín y Santa Ana es sólo una antología de arte sacro. Es mucho más que eso. La naturaleza inquieta de Jesús del Río, combinada con su afán por brindar una mejor experiencia a los visitantes del monasterio y el talento de un grupo de diseñadores colaboradores, han convertido las antiguas celdas de las religiosas en una exposición de vestuario que abarca el período desde los Reyes Católicos hasta Carlos II, con reproducciones tan exactas y exquisitas que dan ganas de echárselas encima. Porque antes que París, Nueva York o Milán, la moda la marcaba España, y si usted no quería ser un mindundi y estar in con los colegas de la corte, había que vestir a la española. Herencia que, según el director del museo, sigue viva en empresarios actuales, como Amancio Ortega.

Me gusta pensar que —como se dice de las mascotas y sus dueños— los monumentos de una ciudad se parecen a sus habitantes; aunque tal vez sea justo al revés, y son los monumentos los que moldean el carácter de las gentes que transitan por sus inmediaciones; o puede que nada de eso sea cierto. En cualquier caso, se non è vero, è ben trovato, y sirva éste de ejemplo.

El entorno del Monasterio de San Joaquín y Santa Ana, resume el carácter vallisoletano: fachada y primera impresión sin excesos, sobria, aunque no por ello menos elegante; a la que se accede desde la llanura bella y discreta de la plaza Santa Ana, apenas amenizada por el suave rumor del agua que discurre tranquila, sin parafernalia, por la fuente de igual nombre. Una vez ganada su confianza, el monasterio, como los pucelanos, abre sus centenarias puertas y tiende su mano a quien desee visitarlo. Me recibe Jesús del Río Santana, director del museo del monasterio y el mejor anfitrión que recuerde en mucho tiempo. Jesús conoce cada palmo del museo como si de su propia casa se tratase; y transmite con devoción la historia y las características del extraordinario patrimonio cultural que se exhibe con orgullo y se cuida con celo.

Si esto le parece poco, déjeme subirle la apuesta con una pizca de misterio y otra de literatura moderna, —le digo más— de novela negra. Bajo la linterna de la cúpula, en la nave central, se aloja una estrella de ocho puntas que señala un lugar al que se le atribuyen propiedades curativas a través de energías telúricas. Así como lo lee, creer o reventar. Y si piensa que se trata de cuentos de abuelas, no se vaya, que ahora viene el bueno: el del escritor César Pérez Gellida, «La suerte del enano». Una novela apasionante, cargada de sórdidos crímenes que asolan las calles de Valladolid; y a los que no escapa el monasterio de San Joaquín y Santa Ana. Pero esa historia mejor se la cuenta César.

Espero que hayan disfrutado de este recorrido por el monasterio y decidan visitarlo para disfrutar de los secretos y tesoros del pequeño joyero de Valladolid.

Artículo publicado en Periódico Nuevo Ático el 31 de agosto de 2023. Disponible aquí.