El médico
El suicidio del creador del bypass, René Favaloro. Una patada en la ingle de la argentinidad.
Javier Calles-Hourclé
5/22/20224 min read
La madrugada del martes 9 de mayo 1967 Jos Moll, piloto jefe de pruebas de Fokker, carreteaba por una de las pistas del aeropuerto de Amsterdam-Schiphol hacia el vuelo inaugural del F-28 Fellowship. Aquel blanco pájaro de metal que comandaba, iniciaba el camino de una serie de aviones que alcanzaría el cielo de las aeronaves que prestaron, y aun prestan, servicio en las FFAA argentinas; con especial mención durante el Conflicto del Atlántico Sur. Los F-28 participarían en el puente aéreo con las Islas Malvinas hasta el 29 de abril de 1982, realizando el nada desdeñable registro de 228 servicios, en los cuales transportarían 5.570 soldados y 816 toneladas de carga, en un total de 1.150 horas de vuelo.
Aproximadamente a 6.300 kilómetros de distancia en dirección oeste y algunas horas más tarde, tal vez en su Valiant color rojo y acompañado por la voz de Diana Ross interpretando el sencillo The Happening en la radio, el médico también iniciaba el carreteo por las amplias calles de Cleveland hacia la clínica del mismo nombre. Allí, al comando de la mesa de operaciones de la sala 17, despegaría hacia el cielo de la cardiología, revolucionando la técnica del bypass aortocoronario que salvaría millones de vidas alrededor del mundo y le valdría el estatus de leyenda de la medicina.
Como era de esperar, tamaño logro lo haría merecedor de las más variadas y tentadoras ofertas, que le habrían dado un probable final feliz al guión de su carrera profesional y vida personal. Pero no fue así. Nuestro médico rechazó todas las ofertas, renunció a su cargo en la clínica de Cleveland y regresó a la Argentina a mediados de 1971 movilizado por el amor a su tierra y, tal vez, por ese trágico y tan hispano sentimiento de pundonor que arrastra a los hombres valientes en contra de la lógica de la conveniencia; que en sus palabras expresaba así: «A los 47 años, lo lógico y realista sería permanecer en la Cleveland Clinic. Yo sé que estoy emprendiendo un camino dificultoso. Usted tal vez recuerde que Don Quijote fue español. Si yo no aceptara liderar ese Departamento en Buenos Aires, viviría el resto de mi vida pensando que soy un buen hijo de puta. Mi conciencia constantemente me diría: “elegiste el camino fácil”».
Aquella decisión daría lugar a una formación de excelencia para un gran número de residentes de todos los puntos de la Argentina y América Latina tras su regreso al país, colocándolo en el pedestal de los héroes nacionales. Ese honrado y talentoso argentino, esos que cada tanto nos regala nuestro querido suelo, se llamaba René Gerónimo Favaloro.
Este año se cumplen cincuenta y cinco años de aquel prodigio que todavía nos inflama el pecho de orgullo patrio. Y como cada año, los titulares que evocan la efeméride proliferan como hongos tras la lluvia en los periódicos nacionales. Pero en esta Argentina que da y quita con la misma vertiginosidad, en tan solo dos meses recordaremos el veintidós aniversario de otro suceso que nos golpeaba como una bofetada en la cara —o tal vez como una patada en la ingle— de nuestra argentinidad. El 29 de julio de 2000 el héroe, cansado de todo, se despedía de la peor manera. Y tras quitarse la vida de un paradójico disparo al corazón, nos dejaba por escrito en una dura carta —que todo argentino debería leer—, entre otras cosas, que nuestra corrupta sociedad lo había derrotado.
Casi veintidós años más tarde, aquel sonoro sopapo que nos había dejado la cara colorada por algún tiempo, ya no nos duele tanto. Y al final, no hemos aprendido nada. En los últimos años hemos despreciado la excelencia como requisito sine qua non para la actividad pública. Nos hemos lanzado, redes sociales en mano, hacia un yermo campo de batalla que, vacío de ideales, pobre de argumentos y ausente de altura intelectual, nos ha enfrascado en una lucha sin cuartel por la defensa a ultranza de ídolos de barro. Simples y llanos funcionarios públicos o sindicalistas –no excluyamos a estos últimos– a los que les hemos hecho creer que los ciudadanos de a pie les debemos pleitesía, privilegios y hasta veneración en algunos casos. Sin embargo, esto no es lo peor. Sino que, además, nosotros mismos hemos olvidado que esos funcionarios fueron contratados durante un breve período de tiempo para ejecutar con máxima eficacia y transparencia un número de tareas de las cuales depende nuestro bienestar social y el de las generaciones venideras. Por algún extraño motivo llegamos a asumir que pertenecen a una casta todopoderosa e intocable, a la que no se le puede ni debe pedir explicaciones y que estamos obligados a soportar indefinidamente.
Acaso ustedes, estimados lectores, que se esfuerzan a diario en sus trabajos cualesquiera sean para darle lo mejor a sus familias, ¿contratarían como ayudante de sus verdulerías, fábricas, comercios u oficinas a alguien que les robó?, ¿confiarían sus bienes a alguien que tiene una pila de causas abiertas en la justicia?, ¿inundarían las redes sociales idolatrando a alguien con irregularidades financieras en el país o el exterior?, ¿defenderían hasta el hartazgo a un exempleado que durante años no hizo bien su trabajo?, ¿meterían en sus casas a alguien que los espiaba?, ¿confiarían en la palabra de alguien que durante la entrevista de trabajo dijo A y tras ser contratado hizo Z? Si la respuesta obvia es no, ¿por qué no hemos dejado de hacer justamente lo contrario?
Si en adelante vamos a debatir airadamente, que al menos sea con altura intelectual y por lo mejor que ha dado nuestra tierra. Que sea por defender los ideales representados en aquellos argentinos excepcionales como el Doctor René Gerónimo Favaloro.
Artículo publicado en Clarín el 22 de mayo de 2022. Disponible aquí. También en Periódico Nuevo Ático el 23 de mayo de 2022. Disponible aquí. Ilustración: Clarín.