¿Qué se ha creído España?
El gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, contra la RAE y otras zonceras.
Javier Calles-Hourclé
7/19/20223 min read
Concretamente, tras una gruesa simplificación de la Revolución de Mayo, la célebre frase del Señor Gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, que quedará en los anales de la historia, –tiembla Séneca– fue: «Hoy tengo para decirles que acá en la provincia también revelarse es hablar como uno quiere, como una quiere […]. Y hoy, a tanto tiempo de la Revolución de Mayo, no van a ser desde España, que nos van a explicar cuáles son las palabras que usamos, ¿no? (sic). No nos gusta, chicos, chicas, prohibir. Nos gusta que puedan expresarse, que puedan ser libres, decir lo que sienten, ser rebeldes cuando es por los demás y sobre todo ser patriotas». Aderezada con un aflautado timbre de voz, que completaba la patética escena.
Aunque curtido a los atolondrados dichos de este personajillo, confieso que tal genialidad retórica, pegote –¿dije pegote?, mejor blend– del suceso histórico de la Revolución de Mayo, el autodenominado lenguaje inclusivo, la libertad, el patriotismo y una natural destreza para hacer el ridículo ante naciones extranjeras, me ha dejado perplejo.
Aquellos primigenios furcios cargados de ternura podían despertar cierta empatía. Ya saben. Las preocupaciones del cargo, el bullir de ideas, la simpática demagogia del lenguaje inclusivo y sus sinuosidades, el acopio de conceptos para un próximo libro sobre el venerado Keynes o los nervios, tal vez le habrían jugado una mala pasada. Cosas del directo. A fin de cuentas, en las costas de las meteduras de pata todos hemos recalado alguna vez. Pero este último fue diferente.
Dada su elocuencia y puesto a concederle cierta credibilidad, temí que las gentes de Valladolid, uno de los bastiones del buen castellano, podrían lanzarse a la calle reclamando acciones contra la insurrecta Buenos Aires. Abrí con presteza la persiana de casa preparado para lo peor y… nada. Tal vez se estaría gestando una movilización, coordinada a través de las redes sociales, con otras ciudades referentes del castellano como Salamanca. Nada. ¿Estaría la RAE pergeñando un ataque coordinado con la Armada Española, para hostigar la costa bonaerense con artillería de diccionarios repletos de letales sustantivos masculinos? Casi un mes más tarde, no hay indicios de que España le quiera decir al Sr. Gobernador Kicillof qué palabras tiene que usar.
Da pereza explicar que el Diccionario de la Lengua Española es elaborado por las veinticuatro academias de los países hispanohablantes, pertenecientes a la Asociación de Academias de la Lengua Española, que van desde la Argentina hasta Estados Unidos, incluyendo Filipinas, Israel y, por su puesto, la propia España. Y cuya función es justamente explicar el significado de las palabras que usamos.
Hablar con códigos propios ya está inventado. Lo hicimos todos los jóvenes –y jóvenas– sin necesidad de estímulo de la política y mucho menos de un señor de cincuenta años que, en su triste intento, evoca el consagrado meme del Sr. Burns disfrazado de Jimbo.
A menudo me pregunto, ¿por qué los políticos gustan de meterse en estos berenjenales? ¿Masoquismo? Improbable. Hace rato que perdieron el miedo al ridículo a sabiendas de la corta memoria del votante argentino. ¿Ambición de implantar una neolengua al estilo Orwell? Difícil tarea para tamaña escasez intelectual. ¿Exceso de tiempo libre? Los descontrolados índices de criminalidad y pobreza de la provincia de Bs. As. no deberían dejarle mucho tiempo libre. Pero nunca se sabe. Tal vez, el principio de Guillermo de Ockham sea lo que mejor se ajuste y, como rezaba, la explicación más simple sea la más probable. Así, probablemente no sea otra cosa que un simple, y a menudo eficaz, intento de derivar la atención pública en fútiles discusiones.
Como sea, le ruego al Sr. Gobernador que en su próximo arrebato patriótico no exhorte a los jóvenes a rebelarse contra el Imperio Británico y las rancias imposiciones de su servil lacayo Sir. Isaac Newton, que vino a explicarnos la imposibilidad de saltar de un décimo piso sin convertirnos en puré.
Artículo publicado en Periódico Nuevo Ático el 19 de julio de 2022. Disponible aquí.