El payador errante
Wilson Saliwonczyk. Entrevista en Valladolid.
Javier Calles-Hourclé
6/2/2023
—¿En la Argentina hay un circuito de payadores?
—Sí. Porque si bien hay mucha gente que va detrás de la industria, del mega evento o el mega espectáculo; hay mucha gente que le gusta una relación más a escala humana, donde la música no está tan fuerte, donde podés charlar con el otro, donde te encontrás y compartís una mesa. Son experiencias distintas. Hay experiencias en las que se va, se salta, se grita, etc., que para los jóvenes está bárbaro, pero ya cuando tenés cuarenta años querés otra cosa, querés charlar con tu amigo, comerte un asado, tomarte unos mates, escuchar una música más tranquila, en fin, pasar el momento. Nadie va a derrotar a la cultura. La cultura es invencible, pase lo que pase. Entonces, más se fortalece la cultura industrial, más se fortalece la cultura de barrio, la cultura local y la cultura regional. Hay centros culturales independientes, casas antiguas que se reciclan, festivales y recitales, en los barrios. Hay para todo el mundo. Y hay circuitos de payadores en los festivales grandes, como pueden ser el de Jesús María o el de Cosquín; pero también hay centros culturales independientes donde se hace más una velada poética y ahí damos nuestros recitales.
—¿Cómo empezó tu periplo por Europa? ¿Qué estás haciendo?
—Vengo todos los años, aunque estuve algunos años sin venir por la cuarentena. Llegué el once de mayo de este año; primero a Galicia, donde tuve tres o cuatro festivales, y ahora vine para Castilla. Ayer estuve aquí en la Universidad de Valladolid dando una clase en la Sección de Música de la Facultad de Filosofía y Letras. A la noche estuve dando un concierto en la sala del Museo etnográfico de Castilla y León en Zamora. Hoy estamos aquí, mañana estaré en La Bici, en Valladolid, el martes en Madrid, después voy al País Vasco, a Francia, a Bélgica, a un festival de literatura en Barcelona, a las Islas Baleares y, en verano, aquí se hacen, lo que te comentaba al principio, los festivales de improvisadores. Donde vienen improvisadores de Sudamérica, repentistas cubanos, panameños, puertorriqueños y, por supuesto, españoles, argentinos y uruguayos.
—Estos días que estás en España, ¿el público es principalmente de argentinos o hay españoles que les llame la atención esto de la payada?
—Depende. Hoy, por ejemplo, es un grupo de argentinos, salvo algunas parejas. Anoche no había argentinos, en Zamora. Todo público español, un público precioso, muy escuchador, con el que interactuábamos hablando sobre las poesías que yo recitaba. Fue muy lindo. Y, en los festivales de improvisación, va gente de la más variada; salvo cuando son encuentros de argentinos, de uruguayos o de casas sudamericanas y latinoamericanas. Pero también hay mucho público europeo; en Francia, por ejemplo, les gusta ver a los músicos argentinos. Así que público variado.
—Contame de tu disco, que tiene un titulazo: «El gaucho en lacaniano» ¿Qué hay en las tripas de este disco?
(Ríe).
—Es una serie de disparates. Los argentinos somos muy psicoanalíticos; entonces, lo hice jugando un poco con esa idea. Porque también uno se cansa de tanto filósofo europeo del siglo pasado, —queridos maestros, con libros hermosos—, pero llega un momento que tanto filósofo y que se yo, que uno piensa: pero estos tipos no hablan de nosotros, de nuestra realidad, de nuestros problemas; y decís: bueno ¿y nuestros problemas cómo se piensan? Entonces, son como sátiras contra eso. Ahí están Lacan y Simone de Beauvoir tomando mate y jugando al truco. Son sátiras para reírnos un poco y para no ser tan solemnes con esos pensadores, llamémosles, hegemónicos.
Es el último disco que acabo de sacar y trae de regalo una grabación completa del Martín Fierro que hicimos con paisanos de mi zona.
—Wilson, te agradezco muchísimo el tiempo y espero que lo hayas pasado bien con esta banda de argentinos y su locro.
—Gracias otra vez y felicitaciones de nuevo por estos encuentros hermosos.
Se despide de todos, vuelve a cargar su caparazón a la espalda y, con la misma discreción con la que hizo entrada, sigue su camino lento allá donde la payada quiera llevarlo.
Artículo publicado en Periódico Nuevo Ático el 2 de junio de 2023. Disponible aquí. Ilustraciones: Javier Calles-Hourclé.
Puntual se asoma al patio del bar Clericó, en Valladolid; donde un grupo de compatriotas lo espera con la calidez del locro que bulle en las ollas. Wilson, el payador errante, se adentra con discreción, casi tímido, con su guitarra a la espalda —como el caparazón de Manuelita— donde lleva y acopia sus rimas, su saber criollo y su tierra fértil de Los Toldos, muy cerquita de Pehuajó —en eso también se le parece—.
Me acerco, nos saludamos y le ofrezco una copa de vino de la tierra castellana que nos acoge. Acepta gustoso y comenzamos a charlar. Lo obsequiamos con el guiso patrio y él hace lo propio con su música y su payada; y, todos juntos, pasamos un día un poquito más cerca de casa.
—Wilson, bienvenido y gracias por este tiempo.
—Gracias por recibirme. Estos centros argentinos son tan afectuosos con la gente recién llegada y, además, cumplen una función hermosa, porque emigrar no es lindo; y, que haya un grupo de gente de la patria que ya conoce la experiencia, que los reciba con un abrazo afectuoso y los ayude, me parece una función hermosa. Felicitaciones.
—Gracias... Contame un poco de tu historia, de tus orígenes con la música.
—Yo nací en el campo, en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, a trescientos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Soy payador porque desde chico andaba a caballo inventando versos, sin saber que existía la payada. De más grande ya conocí los payadores y seguí improvisando con esa forma. Siempre digo lo mismo, no es que yo lleve la payada por distintos países, sino que es la payada la que me llevaba a mí por el mundo.
—Hoy le contaba a mi esposa, que es española, qué es esto de la payada; y le decía que es como lo que hacen los raperos. Que ya estaba inventado.
—Es que la canción con letra fija, aunque nosotros estemos acostumbrados y creamos que lo natural es este tipo de canción que hemos escuchado toda la vida en la radio o en los discos, es un invento muy nuevo. Eso no existía antes. Por aquí, por ejemplo, pasaron los cantantes del romance, daban noticias de pueblo en pueblo, eran los periodistas de la época. Desde el fondo de los tiempos el ser humano viene cantando así, de manera más o menos improvisada y haciendo contrapuntos. Los payadores hacen contrapunto improvisado, los raperos, como vos bien decías, hacen contrapunto improvisado, aquí en Europa tenemos otros tipos de payadores: troveros en Murcia, troveros en la Alpujarra, bertsolaris vascos, glosadors en Cataluña y en Baleares, regueifeiros en Galicia, cantastorie en Italia y en Sudamérica hay también otras formas de improvisación. Es un arte que no es famoso, pero que es universal.
—Recién nombrabas el contrapunto, esa especie de duelo de ingenio y de guitarra; y encontrar, que todavía haya gente que lo guarde y lo extienda, es conmovedor.
—Es lindo. Siempre digo que a mí me hacen feliz las cosas que la persona más rica del mundo no podría comprar: un asado con amigos, ir viajando y que una familia te reciba en su mesa, que te inviten a bailar una danza que no es comercial y este tipo de cosas. La payada se hace en el momento. La podés grabar, la podés filmar, pero no es vivir en el momento. El que ve la filmación no está viviendo el momento. Es como ver la filmación de un beso, que es distinto a dar un beso.
Esas cosas son conmovedoras. Frente a un mundo tan industrializado, que todo lo industrializa, que ha industrializado el arte, que industrializa la música, que, ya a cara descubierta, le llaman la industria de la música…
—Y donde todo se va haciendo como muy homogéneo. Se empieza a parecer todo a todo. En radio abierta cuesta encontrar cosas novedosas, pero, a la vez, hay gente que está haciendo cosas nuevas.
—En cada pueblito, en cada barrio hay pibes, hay jóvenes, hay adolescentes, hay viejos haciendo cosas hermosas. Tenemos que relacionarnos con eso, con nuestra cultura local, regional, urbana, rural… No solamente existe la industria. Y, además, los artistas de mi barrio hablan de mí, hablan de nosotros. ¿Qué tengo que estar saltando como un orangután al ritmo de una discográfica que viene de cualquier otro país cantándome en otro idioma? No digo que esté mal. A mí me gustan los Beatles; pero también me gusta escuchar a mi vecino, a mi vecina, escuchar la música de mi barrio. ¿Por qué voy a escuchar solamente la música de Brooklyn?
—Que también está bien.
—Claro. La de todos los barrios está bien,
—Pero hay que hacerle hueco a lo propio.
—Claro.