El solitario camino del pensamiento crítico
Jorge Fernández Díaz. Entrevista al escritor, periodista, conductor de radio y académico de la lengua. Hablamos de España, la Argentina, libertarismo, kirchnerismo, periodismo, historia, literatura y más.
Javier Calles-Hourclé
10/27/2024
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Se me escabulle en dos ocasiones. Ambas, en mis propias narices, en Valladolid. Y en ambas, también, compinchado con Pérez Reverte. Como dos viejos espías salidos de páginas escritas por John Le Carré, con fuelle de sobra para darme esquinazo en dos escenarios no menos espectaculares: un castillo medieval, en Fuensaldaña, y un teatro del S. XIX, el Zorrilla. La vencida fue en otro escenario literario, el café y librería Naesqui del porteño barrio de Villa Ortúzar, en Buenos Aires; esta vez, con la colaboración de su propietario, Nacho Iraola.
Las credenciales de Jorge Fernández Díaz: doble Premio Konex en labor periodística, Cruz de la Orden de Isabel la Católica en cultura, triple Martín Fierro por labor radial, Orden Caballero Granadero de los Andes, miembro de la Academia Argentina de Letras y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, entro otras, fruto de una extensa labor periodística y literaria, bien valen la perseverancia.
Jorge es la primera generación, nacida en la Argentina, de una familia asturiana en la que se hablaba bable puertas adentro y en la que el sonido de una gaita se ahogaba bajo las paredes del sótano, en una época en la que ser español o italiano era motivo de rechazo social. Un rechazo palpable, al punto de hacerlo acreedor de alguna biaba en el patio del recreo, cuando se le escapaban palabras en bable; asunto que su madre resolvió con pedagogía, enviándolo a filosóficas clases de yudo. Tal vez fueron estos antecedentes los que lo hicieron volcarse al nacionalismo y al peronismo de izquierda, de los que más tarde se desengañaría, en búsqueda de un lugar de pertenencia.
Inició su formación en la bohemia de viejas redacciones habitadas por eruditos y canallas, «haciendo el cadáver de cada día, investigando asesinos seriales, suicidios y mafias, mientras leía la biblioteca universal policial y de enigma inglesa, francesa y estadounidense», y escribía folletines de novela policial por entrega «con las cosas que uno sabía, pero no podía publicar». Con tres décadas en el periodismo de trinchera a cuestas descubre la radio, «un compromiso a cara descubierta», donde se mantiene como líder de audiencia, y pasa al articulismo político; en el que emprende su particular «lucha contra la malversación de causas nobles, como la justicia social y la igualdad de las mujeres, del kirchnerismo».
Hoy, con «el kirchnerismo destrozado», ve a los chicos mileistas, «con una soberbia terrible, la misma soberbia que vi en los camporistas y alfonsinistas, que ríen para luego llorar». Y resalta la necesidad de «aprender un poco de la historia» en una Argentina que «cada vez más, vive en el puro presente» y en la que «hay mucha gente analfabeta por opción».
Reconoce que «el estado argentino estuvo ausente y fue un desastre» propiciando la llegada de «un grupo que ha leído la historia del libertarismo, que es una historia llena de contradicciones y bestialidades»; y cree que «lo contrario del estado total no tiene por qué ser el mercado total». Le asusta que «el presidente diga que Murray Rothbard, un paleolibertario que reivindicaba al macartismo y la caza de brujas, es el pensamiento del momento. Y que se aferren a cuatro o cinco biblias que explican la verdad. La verdad es muy compleja y exige una gran biblioteca».
Opina que el problema de Occidente y de la Argentina, «que va a los bandazos», es la existencia de «una especie de democracia pendular, que se parece más a una bola de derribo, en la que cada gobierno modifica las leyes y las instituciones» y que, en ese sentido, tiene la idea de haberse quedado «sin país». Y que la única manera de que la democracia prospere razonablemente «es recortar los extremos, acordar una serie de asuntos, y que haya cambios y retórica, pero sin destruir el país».
En su mundo habitan los fantasmas de dos abuelos españoles que lucharon en la Guerra Civil Española; uno que sobrevivió y escapó a la Argentina y otro que pasó a Francia, luchó con los aliados contra los nazis y murió el día D en Normandía. «Dos hombres que no fueron ni comunistas, ni fascistas y que lucharon por una república en la que sea posible progresar». Los siente a su lado cuando escribe, vigilantes. Son los «fantasmas políticos e identitarios que lo arropan, que le recuerdan quién es, en esta Argentina en la que es fácil confundirse». Estos antecedentes familiares podrían ser el germen de una vocación por recorrer el solitario camino del pensamiento crítico que le ha «traído muchos problemas»; porque «es un mal negocio ir contra la corriente, poniendo objeciones. Pero es el único negocio posible para mí».
La pasión que tiene por la política no le ha impedido al niño fascinado por las historias de Orson Welles, John Ford, Howards Hawks o Billy Wilder, en el ciclo televisivo Cine de Súper Acción, seguir creando mundos literarios habitados por héroes infames como Remil o detectives del amor como su reciente obra, Cora, que está siendo un éxito en la Argentina. Una mujer detective que nació en los cafés de París, donde se preguntó: «¿cómo sería una detective privada que se dedique a las infidelidades?». Y que imaginó como una «experta en temas amorosos», con la que no pudo resistir la tentación de ver como se comportaría en cada situación de su profesión.
Por último, recordó con cariño sus dos visitas a Valladolid, en las que participó como conferencista, junto a Pérez-Reverte, en Blacklladolid y en Valladolid en la Lengua. La ciudad le pareció «extraordinaria, histórica y señorial». Un lugar «en el que se siente la tradición, una antología de las viejas tradiciones de España».
Artículo publicado en periódico Nuevo Ático y diario Tribuna Valladolid. Ilustraciones: Javier Calles-Hourclé, Mariana Roveda, Freepik (kjpargeter).