España, la casa de los abuelos
El envejecimiento demográfico de España, la emigración argentina y la cultura hispana.
Javier Calles-Hourclé
3/29/20234 min read
Uno de los primeros choques de paradigmas que recuerdo de mi llegada a España, hace más de once años, fue sobre las personas mayores. El archivo de imágenes de mis abuelos, provisto de pulóveres a medio tejer, mates en el patio, quehaceres domésticos y otras escenas de apacible existencia, se dio de bruces contra la jovial versión española. En la que emperifolladas octogenarias disfrutaban de una copa de verdejo bajo el sol de las terrazas de los bares y elegantes caballeros en traje dominical atendían a un clarete, casi siempre acompañado de pequeñas obras de arte culinario condensadas en el reducido espacio que deja una tapa española. Así, con la aplastante lógica de la estadística del bar —máxima institución española—, entendí que El Todopoderoso tenía una difícil tarea en persuadir a estos feligreses de abandonar el más acá por las bondades del más allá.
Teología aparte, según el informe «Panorama de la salud: Europa 2022» publicado por la OCDE el 5 de diciembre, España fue el país de la Unión Europea con la esperanza de vida más alta en 2021, llegando a 83,3 años, y el segundo de Europa por detrás de Suiza. Este dato junto a otros, como la baja natalidad propia de los sitios con elevado bienestar, explican que España sea uno de los países con mayor envejecimiento demográfico; enfrentándose a un enorme desafío económico, sanitario y social, similar al que sufren otras naciones europeas. Así las cosas, el proceso migratorio —en marcha desde que el hombre es hombre— se presenta como un paliativo a esta dificultad. Sin embargo, las diferencias socioculturales, religiosas y étnicas, muchas veces agravadas por la intolerancia y la discriminación, dificultan la integración de los inmigrantes en determinados países de Europa. Pero España tiene una ventaja: Hispanoamérica. Cerca de cuatrocientos millones de habitantes para los que el español es su legua materna y, sobre todo, con una marcada influencia cultural hispana. Entre estos países destacan México y la Argentina por haber recibido un sostenido caudal migratorio durante los siglos XIX y XX, especialmente durante la guerra civil española y los duros años de posguerra.
Volver a España, y digo volver, porque con seis bisabuelos castellanos, llegar a esta tierra no es inmigrar. Es como volver a la casa de los abuelos. Al lugar donde oír un acento ya perdido en nuestras calles, donde reencontrarse con sabores de cocina de abuelas, redescubrir el refranero castellano y oír melodías de otra época como el pasodoble. Tal vez la mejor definición sobre este sentimiento es la que me dio un amigo asturiano, Belarmino, hace algunos años: «Un argentino no es visto como un extranjero, sino como un primo al que hacía mucho tiempo que no veías».
Pero lo que es un paliativo para España es una sangría para la Argentina. También una oportunidad para quienes escapan de un país que, teniéndolo todo para brindar una existencia razonable, se empeña en dejar nuestros destinos en manos de los peores. Este éxodo tiene datos verificables en el registro de inmigrantes nacidos en la Argentina reportados por Instituto Nacional de Estadística español. La tendencia exponencial de los datos de los últimos diez años no tiene contemplaciones. Asciende a casi 27.000 personas en el primer semestre de 2022, y es presumible que el dato anual duplique las casi 34.000 registradas en 2021. Esta estadística es más que números, se palpa. Especialmente en ciudades como Málaga, donde la comunidad argentina asciende a casi 30.000 residentes. Soy testigo de ello en apenas cinco días, donde pregunto por la historia de cada uno de ellos con los que me cruzo. Como la de Oscar.
A punto de comenzar la tanda de penales de Marruecos – España, me acerco a la barra del bar El Clan, en la plaza de la Merced. Me atiende Oscar, que tras pedirle un fernet me espeta: «¿Sos argentino?». Sonrío y asiento. Marruecos obra el milagro y el bar queda casi vacío. Oscar me trae la cuenta, lo felicito por la atención de los camareros y terminamos charlando en la mesita que ocupo. Me cuenta que hace años que se dedica a la gastronomía, que tenía una parrilla en Buenos Aires y que estaba cansado de que le entren a robar; pero que la última vez «se puso fea» y supo que tenía que hacer algo para proteger a su familia. Se los trajo a todos, a todo su clan, y empezaron una nueva vida lejos de casa. No me deja ir sin antes aportar un dato que le duele en el corazón: «desde que abrimos el bar, la única mesa que se me fue sin pagar era de unos argentinos».
Vuelvo al hotel rumiando las últimas palabras de Oscar, mientras un grupo de marroquíes festeja el pase a cuartos, eliminando a España en España, y sin que nadie los agreda. Me pregunto si en la Argentina un grupo de chilenos o brasileños podrían hacer lo mismo. En mi camino paso por delante de la esquina de la Cofradía de Gitanos que me recuerda «La saeta» de Machado en voz de Serrat. Y encuentro esos versos muy oportunos:
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
Artículo publicado en el Diario de León el 5 de mayo de 2023. Disponible aquí. También en Periódico Nuevo Ático el 29 de marzo de 2023. Disponible aquí.